Un lugar tranquilo
Los fans del terror, el cine de supervivencia y el
post apocalíptico están de enhorabuena.
Un lugar tranquilo (A
quiet place)
bebe directamente de otras películas conocidas del género, más concretamente de
Señales (2002) y La guerra de los mundos (la original o su remake de 2005).
La historia es sencilla y mil veces vista: un montón
de monstruos salidos de no sé sabe dónde acaban con la humanidad. Y los pocos
humanos que han sobrevivido al ataque inicial (en este caso, la familia Abott),
se las apañan como pueden en un mundo destruido.
¿Por qué verla entonces? Hay varias razones de peso:
Los monstruos
en sí. No solo tardamos un buen trecho de película en conseguir un primer plano
detallado de ellos (y el diseño es lo suficientemente asquerosillo como para
dar miedo), si no por su principal característica: son ciegos y se guían única
y exclusivamente por el sonido. No es hasta terminada la secuencia inicial que
descubrimos por qué nuestros protagonistas evitan los ruidos, no hablan y se
ponen histéricos al menor sonido.
Los protagonistas:
típica familia nuclear compuesta por papá, mamá y tres hijos, entre ellos Regan,
que es sorda. Esta característica tan particular resulta vital tanto a nivel
narrativo como metalingüístico. Por un lado, explica cómo es posible que
esta familia haya sobrevivido tanto tiempo contra los monstruos orejiles: se comunican entre ellos
mediante lengua de signos. Y a nivel meta, resulta un hito fílmico: retrata la
lucha particular de una persona discapacitada en un mundo hostil, un escenario
poco habitual. Regan tiene reacciones diferentes al resto de personajes. Su
implante coclear dejó de funcionar, así que depende de las expresiones faciales
del resto de su familia para sobrevivir. No puede prever si los monstruos se
acercan o no a ella, lo que resulta al mismo tiempo una bendición y una
maldición. Además, Regan se une a la escasa, escasísima lista de personajes
discapacitados en el cine (y al mismo tiempo, no a la inquietantemente larga
lista de mujeres mudas o que por alguna razón misteriosa no pueden hablar). Bonus porque la actriz es
sorda de verdad, y el equipo aprendió lengua de signos con ella.
El equipo
técnico. Madre mía, el pequeñísimo elenco nos ofrece una clase de actuación
magistral. Emily Blunt brilla con luz propia, y Hollywood acaba de descubrir
una nueva promesa en la estrellita de Millicent Simmonds. Con el valor añadido de
que el 90% de la película está basado en la exclusiva expresividad de los
actores: la primera conversación no aparece hasta 40 minutos más tarde en el
metraje, y no vuelve a repetirse en toda la cinta. A todo ello se suma una
impecable dirección de John Krasinski, que efectista y con un CGI escaso pero
bien empleado, consigue darle a su tercer trabajo de dirección una atmósfera
única: los sustos no vienen de una aparición repentina, si no de monstruos que se
quedan varios minutos en pantalla y son una presencia ominosa constante;
mezclándose con el melodrama intimista de la familia tras cierta tragedia.
Añádase a la mezcla un uso único del sonido y el silencio y tenemos una
película que puede que no revolucione el género (y con un par de agujeros en el
guion como para parar un camión), pero que te hará pasar un rato sumamente
entretenido y agradable (o no, según cómo se mire).