Las Pesadillas de R.L. Stine
Seguro que si habéis nacido por los noventa, os sonará una saga de libritos llamada Pesadillas. O una serie tirando a cutre llamada Pesadillas. Que siguieron sagas con menos gloria como Pesadillas 2000 o Horrorland. Venga, si no habéis escuchado el opening alguna vez es que no habéis tenido infancia.
Servidora guarda las primeras ediciones (en pesetas), de papel amarillo cutrillo, que vendían en los supermercados, con las portadas que brillaban en la oscuridad y que en la época era el no va más.
El caso es que R.L. Stine es para la literatura infantil (de terror) lo que Stephen King lo es para la de adultos. El escritor destrozaba las teclas para sacarte una novela por semana, y tú los devorabas para acojonarte. Curiosamente, cuando las lees de adulto los encuentras más acojonantes por todas esas cosas que no pillaste en su momento y sus horribles implicaciones.
La cosa era sencillita. El/la prota y su hermano (o defecto, mejor amigo/a o vecino/a) se encontraban algo. O se metían en algo. O viajaban a algún sitio. Los adultos no existían o eran inútiles. Y cosas chungas pasaban. Ahí radicaba la esencia de su éxito: personajes sin personalidad alguna para que te sintieras identificado y cuyo rasgo característico podía resumirse en su nombre, de entre 10-13 años, idas de olla por aventura, imaginación desbordante, cada libro independiente del anterior (salvo notables excepciones), muy cortito y rápido de leer, y cada capítulo terminaba en un cliffhanger que luego resultaba ser una chorrada... hasta el cliffhanger final, donde nuestros protas acababan mal. O casi, que por ahí está el tomo de Visita Aterradora o Melodía Siniestra, que medio-medio tienen final feiz.
El éxito estuvo asegurado. Tanto, que se consideró casi un sacrilegio hacer una película. Para eso estaba la serie, con sus actores infantiles que no sabían actuar (pero que algunos hasta llegarían a algo, como un tal Hayden Christensen o un tal Ryan Gosling) y unos efectos especiales de corchopán y marionetas que ya eran malos en aquel momento.
De ahí la sorpresa escalofriante -no en el mal sentido- de Pesadillas (2015), una entretenida peli a lo Jumanji basada en los libros y regodeándose en el metalenguaje y la rotura de la 4º pared. La trama era sencilla: un grupo de críos vive al lado del propio R. L. Stine (interpretado por Jack Black), que hace años dejó de escribir y se recluyó en casa. Por cuestiones de la vida, se cuelan dentro y empiezan a abrir libros de las estanterías... soltando a todos los bichos que el autor ha escrito alguna vez. Y así, nuestros protas se lían a atraparlos de nuevo, aunque claro, como no podía ser, estas hordas demoníacas del apocalipis están siendo dirigidas por Slappy, el muñeco viviente.
Sabes quién es. ÉL.
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Súmale a eso el poder de la nostalgia (más de 25 referencias a libros de la saga, con cameos a parques de atracciones, el abominable hombre de las nieves, gnomos de jardín, espantapájaros, calabazas asesinas o la máscara maldita), aventuras para toda la familia, un reparto y efectos especiales más que competente y un giro de guion inesperado, y tendrás entretenimiento para toda la tarde. Bonus: más referencias a pelis como Pesadilla en Elm Street, El Resplandor o... El Señor de los Anillos. Así que si me disculpáis, voy a pillar sitio para la siguiente entrega, titulada apropiadamente Pesadillas 2. Noche de Halloween.
Y vosotros... ¿cuál es vuestra pesadilla favorita?