Suspiria, el último remake
La Alemania pre-caída del muro y una academia de baile es el escenario de esta intrigante cinta... porque nunca llegamos a descubrir exactamente qué pasa ni por qué.
Suspiria (2018) es el remake de la película de Dario Argento de 1977. Y digo remake por Argento se sigue sentando en la butaca de los guionistas, así que más bien es una expansión del mundo original. Admito y reitero que no he visto la original ni ninguna de las secuelas, así que juzgaré esta solo en base a lo que he visto. Al parecer es la 1° parte de una trilogía y causó bastante expectación entre los críticos, ya que a esta cosa de los preestrenos solo suelen ir cuatro gatos y en esta, para variar, la sala estaba llena. Os cuento esto para que comprendáis que hacer un remake de algo de culto con un director tan renombrado como Argento no es moco de pavo, y probablemente la película se lleve más críticas y gritos de los que se merezca. Aunque... ¿es posible hacer un remake de algo que tú mismo dirigiste hace treinta años? Pregunto.
Empezamos la historia con una sesión de psiquiatra entre Patricia (Chloë Grace Moretz) y el Dr. Joseph Klemperer (irreconocible Tilda Swinton), durante las manifestaciones contra el régimen del Berlín de 1977. Patricia está mentalmente perturbada y le cuenta al doctor que la academia a la que acude es un aquelarre. Patricia acaba desapareciendo tras poner una bomba. El doctor comienza a investigar los desvaríos de Patricia.
Por otro lado, Susie (Dakota Johnson) es una bailarina americana que llega a la academia. Tras pasar una exigente prueba, y verse involucrada en las tramas de la academia, acaba como bailarina principal y sacerdotisa (?) del ritual de resurrección de una diosa pagana ancestral, la Madre Markos. Por su parte, Sara, amiga de Patricia y Susie, intenta descubrir qué demonios está pasando y por qué desaparece tanta gente. Mientras tanto, la directora Madame Blanc (otra vez Tilda Swinton) trata de cubrir las desapariciones como puede y gobernar la lucha interna del aquelarre.
Luca Guadagnino nos ofrece una obra de una gran belleza estética (esos bailes, el mal rollo que dan las profesoras...), que te mantiene interesado precisamente porque no sabes lo que va a pasar. Sin embargo, tenemos una protagonista aburrida (la historia de una amish que acaba de bailarina en Alemania es más interesante que mucha de la "historia" que nos dan) y un guion flojo con unos personajes que no sabemos por qué hacen lo que hacen. ¿Para qué quieren las brujas resucitar a la Madre Markos? ¿Les va a dar la vida eterna, súper poderes, va a acabar con el muro, qué? ¿Qué clase de poderes tienen las brujas exactamente y hasta dónde llegan? ¿Por qué a la menor señal de que algo va mal -y hay muchas, desde ver a policías desnudos como títeres de las profesoras, hasta un sótano lleno de chicas mutiladas- Sara no sale corriendo sin mirar atrás? Se le suma una hora extra al metraje original y tenemos un tostonazo que podría haber sido un entretenimiento palomitero bonito como Las escalofriantes aventuras de Sabrina o incluso American Horror Story Coven.
Lo bueno: la música, los bailes, Tilda Stinton (aquí por partida triple) que siempre se agradece, y Dakota Johnson -con un pelo horrible, todo hay que decirlo- que demuestra que las clases de baile contemporáneo no han sido un derroche total de dinero. También tiene su gracia ver un elenco mayoritariamente femenino que pasa el test de Bechdel y que no sea una comedia romántica, algo que sigue siendo una rareza cinematográfica.