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Los misales de El reino

A día de hoy a casi todos nos suena una libreta con anotaciones escritas de que x cantidad en pesetas va hacía X siglas, las cuales sorprendentemente no han podido ser descifradas en sede judicial (aún nos preguntamos quién es el misterioso M.Rajoy). Este es uno de los elementos de la cultura popular que reproduce la película El Reino.



La última película del director Rodrigo Sorogoyen nos traslada a un mundo que desgraciadamente nos suena a todos, el de la corrupción política en España. Ha pasado casi una década desde que se inició  de la ya celebre operación Gürtel que señalaba que había una trama institucionalizada de corrupción en ciertas instituciones. Por desgracia, este caso, lejos de ser un caso aislado, sólo fue la punta del iceberg y en estos diez años hemos asistido a un carrusel de casos de corrupción que han afectado a la práctica totalidad de los partidos políticos en España. Estos casos han dominado la actualidad informativa en la última década y los ciudadanos de a pie nos hemos acabado familiarizando con términos como apropiación indebida, falsificación en documento público, responsable a título lucrativo o cohecho impropio entre otros muchos.

Esta realidad era demasiado cinematográfica como para no ser adaptada al cine, todo esto a pesar de las extrañas reticencias en España para adaptar sucesos políticos. Al contrario de EEUU dónde películas sobre sus políticos son habituales (se acaba de estrenar Vice: El vicio del Poder) o incluso países de nuestro entorno como Francia o Italia que han realizado cintas sobre figuras recientes como Sarkozy y Berlusconi, en España el cine político es poco menos que un tabú con honrosas excepciones como la maravillosa El hombre de las mil caras. En este sentido, El reino opta por la calle de en medio, no aparecen nombrados en la película ninguna persona real o partido político, pero utiliza una serie de simbología que casi todos reconocemos. Así, podemos encontrar a personajes que se encuentran claramente inspirados en figuras reales, lugares que todos conocemos, paisajes de autonomías que todos reconoceremos o elementos como ´los misales´ que todos sabemos a que se refieren.


Esta solución es bastante solvente, porque en todo momento el espectador es capaz de relacionar todo lo que está pasando con X caso que ha sucedido pero no le pone nombre y apellidos, porque en este país si haces una película sobre un partido te puedes ganar un fuerte boicot. El otro gran acierto del film es ambientarla directamente hace una década en el origen de toda esta situación. 

Nos encontramos ante un guión original y, por lo tanto ficticio, en el que vemos como se pudo llegar a la situación actual, vemos unas ficticias actuaciones de las esferas de poder, unas ficticias reuniones en reservados en las que se jugaba con el dinero público como si fueran billetes del monopoly, unas ficticias persecuciones y filtraciones de escuchas a personas del propio partido o unos ficticios viajes a Andorra. Lo bueno de El reino es que todo es ficción, aunque sus consecuencias han sido más que reales. Porque a lo mejor en ese reservado no se dijeron exactamente esas palabras, o no se ostentó tanto en un yate y fue en un catamarán o el dinero no estaba oculto en una habitación secreta de un chalet de Andorra sino en el armario del chalet de los suegros en Madrid, pero las consecuencias y los resultados son más que reales. En el documental Operación Palace se concluía que no se había podido tener acceso a la documentación porque aún era secreta y era imposible conocer lo sucedido. Aquí ocurre algo parecido, sabemos los resultados pero no tenemos claro como se han generado y por muchos procedimientos judiciales puede que nunca lo sepamos.

El reino, mediante un relato de ficción, que nada tiene que ver con un documental, nos relata de una forma muy cinematográfica una realidad de la sociedad española de la última década.

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